lunes, julio 14, 2008

Curutá, Curutá

por Sonia M.Rosa-Vélez

En cada oportunidad que podía escapar de la lista de tareas que mi madre me tenía, el camino seguro era la senda a la charquita de Don Babilonia. Un hombre bueno y alto que también ayudaba al borracho del barrio, Curutá, que vivía en aquellas inmediaciones idílicas como una fiera salvaje.

Curutá era un hombre bajito, viejo, curtido y apestoso, vestido de ropa que en algún momento habia sido blanca y ahora era marrón , rojiza, sucia. Cuando tenía hambre se asomaba al portón de mi casa y le pedía comida a mi madre. Mi madre para algunas cosas tenía un corazón de piedra pero si el asunto era comida o hambre ella dejaba de hacer lo que estaba haciendo y le cocinaba algo al vagabundo. Esta vez muy seria le ordenó que se sentara en las escaleras de la cocina mientras ella le hablaba como si el fuera un ciudadano ejemplar. Don Curutá- le puedo hacer una harina de maíz y darle una lata de café con leche. Curutá dijo que si entre dientes, mientras ella trajinaba en la cocina sin miedo de aquel hombre detestable. Todas nosotras estábamos escondidas en nuestros cuartos porque nosotras si le teníamos a el Curutá.

Lo veíamos bajar la cuesta de la casa de mi padrino y comenzábamos a cantar:
-Curutá, Curutá, y el contestaba en medio de su borrachera:
-Y que bueno que está.
-Curutá, Curutá
-Y que bueno que está, mientras bailaba como el mejor bailaor para el público infantil que lo vitoreaba. El único problema era que cuando no estaba borracho era una fiera y perseguía a los niños que le cantaban la canción del Curutá.


La casa se lleno a olor a canela, coco, maíz, café y azúcar morena. El pobre hombre se quemaba casi tragándose el banquete que mi madre le había servido. Una lata grande de café con leche de vaca humeante y dulcecita. Un platón de harina de maíz con coco y una docena de galletas Sultana con mantequilla.

Luego que terminó ella echó todos los intensilios que él utilizó en una olla de agua hirviendo con Clorox.

Ella parecía un perro guardián frente a la puerta de la cocina. Yo estaba pegada de su falda cuando la escuché decir. “-Si algún día se quiere bañar venga por la mañana cuando las nenas estén en la escuela y mi esposo esté en el trabajo. Yo le puedo regalar alguna ropa de mi esposo. No me gusta verlo en harapos”.

El hombre bajó la cabeza sintiendo el dolor de mi madre. Ella muy bajito le dijo: -“La bendición” y el dijo entre dientes: -“Dios y la Virgen Santísima me la bendigan mi’ja”.

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